Seguramente alguna vez has oído a alguien decir “tengo un ojo vago”, pero alguna vez habías oído “Nuestro hijo tiene los dos ojos vagos”?.
El jueves pasado evalué a un niño de 6 años. Sus padres habían empezado a notar hacía muy poco tiempo que el niño no veía bien, aunque él no se quejado de nada.
Presentaba dificultades para responder correctamente a los test que evalúan el grado de visión en 3D, y cuando medí la agudeza visual de lejos y de cerca la encontré reducida. Solo alcanzaba el 50% con el ojo derecho y el 50% con el ojo izquierdo.
Ante una agudeza visual tan reducida hay que descartar muchas alteraciones y entre ellas, cualquier defecto refractivo significativo, es decir, tengo que graduarle y determinar las dioptrias que necesita para alcanzar la máxima agudeza visual.
En el ojo derecho me encontré con un astigmatismo de 3,50 y una hipermetropía de 4,75. Y en el ojo izquierdo presentaba un astigmatismo de 2,50 y una hipermetropía de 4,25. La agudeza visual de cada ojo mejoraba hasta el 70%, pero no lograba llegar al 100%.
Realicé más pruebas para descartar patologías oculares y el niño será evaluado también por un oftalmologo, pero mi primer juicio de diagnóstico optometrico era “Ambliopia Refractiva Bilateral” (los dos ojos vagos), porque el defecto refractivo era suficientemente alto como para producir “ojo vago” en un niño de menos de 6 años.
Cuando informé a los padres sobre los resultados se quedaron sorprendidos, pero entendieron que el niño no se quejase cuando les expliqué que era muy probable que este elevado defecto refractivo lo tenga desde sus primeros meses de vida, y que creyese que era así como veía todo el mundo.
Muchas veces se detecta un problema visual cuando el niño no es capaz de ver lo que el profesor escribe en la pizarra, pero en este caso, el niño va a un colegio de metodología Montessori, donde no suelen usar pizarras a estas edades, ni tienen que sentarse en pupitres.
Otras veces es el pediatra el que detecta el problema cuando el niño es evaluado de forma rutinaria. La mayoría de los pediatras evalúa al menos la agudeza visual de lejos cuando el niño tiene de 4 a 6 años. Esto no garantiza la detección de muchos problemas visuales, aunque sí habría sido útil en el caso de este niño. Pero la familia no hace uso del servicio público de salud y solo consulta al pediatra de su seguro privado cuando es necesario, no de forma preventiva.
Es muy probable que tras usar las gafas durante 2-3 meses la agudeza visual mejore, y también es probable que requiera un nuevo ajuste de la graduación, pero en el caso de que el oftalmologo se cerciore de que no existan factores patológicos y la agudeza visual no llegue a normalizarse con las gafas, este niño podría necesitar un programa de terapia visual optométrica.
Estos padres se confiaron una vez, pero ya no les volverá a pasar; Me han pedido cita para traer al hermano pequeño de 2 años, porque ya saben que no todos los problemas visuales son evidentes.
Como conclusión, es muy recomendable que la visión de un niño sea evaluada desde edades muy tempranas y con periodicidad por un optometrista con formación en desarrollo visual infantil, aunque padres o profesores no detecten signos evidentes de dificultades o alteraciones visuales.